La autora ubicará que Édith Piaf fue el síntoma de una época. A ella, “vivir le era insoportable” y “enfrentó ese destino cantando al amor hasta sus últimas fuerzas, acompañada de numerosos partenaires”. Sin embargo, se localizará cómo no podía formar pareja con un hombre, a la vez que tampoco podía quedarse sola. Así, basculaba entre el Mr. Piaf del momento y los artistas que necesitaban de ella. Tras la muerte de Marcel Cerdan, “cuando la ilusión amorosa ya no suplía su soledad”, comenzó a recurrir al alcohol y a las drogas para continuar cantando. “Cantar para no morir”, ese será el sentido que tomará su síntoma desde pequeña. “Piaf le arrancó un grito a su desamparo, un llamado que fue oído” y al que su público respondió no dejando de acudir a la cita y perdonándole todo.
En Aun, Lacan afirmaba: “De la contingencia a la necesidad, éste es el punto de suspensión del que se ata todo amor”. Grasser situará que es sobre ese punto que se mantenía Piaf, sobre su síntoma. Es su metamorfosis sobre el escenario, eso que la transfiguraba, lo que Ferré supo articular al describirla como una voz “sombría y deliberadamente quebrada a la mitad, sublime y extrañamente triste en lo más alto” a la que “ella añade el gesto seguro y único”. Allí, “en lo más alto”, se trata entonces del “significante Uno como correlativo del existe el goce opaco al sentido”. Finalmente, en 1963, la “estrella que se consume en la soledad nocturna del cielo de Francia” (en palabras de Cocteau), esa que años atrás había confesado que moriría antes de no poder cantar más, sucumbiría a “la irrupción del acontecimiento de cuerpo” que ya había acallado a su voz.
En Aun, Lacan afirmaba: “De la contingencia a la necesidad, éste es el punto de suspensión del que se ata todo amor”. Grasser situará que es sobre ese punto que se mantenía Piaf, sobre su síntoma. Es su metamorfosis sobre el escenario, eso que la transfiguraba, lo que Ferré supo articular al describirla como una voz “sombría y deliberadamente quebrada a la mitad, sublime y extrañamente triste en lo más alto” a la que “ella añade el gesto seguro y único”. Allí, “en lo más alto”, se trata entonces del “significante Uno como correlativo del existe el goce opaco al sentido”. Finalmente, en 1963, la “estrella que se consume en la soledad nocturna del cielo de Francia” (en palabras de Cocteau), esa que años atrás había confesado que moriría antes de no poder cantar más, sucumbiría a “la irrupción del acontecimiento de cuerpo” que ya había acallado a su voz.