Bassols comienza por recordarnos que fuimos formados en el estudio preciso de los trastornos del lenguaje considerándolos como criterio diagnóstico por excelencia en la clínica de la psicosis, en tanto «presencia del significante en lo real», y que Lacan ya veía allí «la situación del hombre moderno». Así, el autor nos propone como hipótesis que, en esta época marcada por los efectos de la técnica sobre el sujeto de la ciencia, puede decirse que pasamos de los trastornos del lenguaje al lenguaje mismo como un trastorno del cual habría que curar a la humanidad.
Nos señala entonces una experiencia reciente de las neurociencias que encontró su fracaso en la barrera ineliminable del lenguaje, el cual debiendo ser un medio de comunicación se vuelve causa principal de incomunicación, un trastorno de lo real que hace imposible inscribir allí la relación sexual y que da cuenta de un goce inútil a los fines de la comunicación. Lacan, a partir de la experiencia de escritura de Joyce, pudo mostrar que el lenguaje mismo es un trastorno del cual se puede hacer en el mejor de los casos un sinthome, un modo de gozar singular para el sujeto. El sujeto psicótico hace objeción al ideal de un borramiento posible del trastorno del lenguaje intentando hacer con él un sinthome en el que creer de modo radical.
Así, si la tecnociencia sueña todavía con un real curable del trastorno del lenguaje, el psicoanálisis muestra lo incurable de este trastorno en cada ser hablante. El lenguaje introduce un abismo en lo real que, una vez considerado con los instrumentos del psicoanálisis y a la luz del sinthome, implica la existencia de un nuevo real, un real que la ciencia no puede tener en cuenta en la medida en que ella se funda en su forclusión, en el olvido más absoluto de este abismo.