En una Jornada de Carteles en Strasbourg, M. Ritter interroga a Lacan respecto a lo Unerkannte, lo no reconocido, que encontramos en la Traumdeutung de Freud articulado a la cuestión del ombligo del sueño, punto insondable en el que se detiene toda posibilidad de sentido, y le pregunta si no podemos ver allí lo real. Lacan responderá, primero, definiendo lo real como “lo que en la pulsión reduzco a la función del agujero, es decir, lo que hace que la pulsión esté vinculada a los orificios corporales”. Pero propondrá distinguir lo que sucede a ese nivel de lo que funciona en el inconsciente. Señalará, además, que lo Unerkannte es lo que Freud en otra parte designa como lo Urverdrängt, lo reprimido primordial, lo que se especifica por no poder ser dicho, por estar en la raíz del lenguaje. Que el ombligo del sueño sea un agujero, que sea el límite del análisis, tendrá para él evidentemente que ver con lo real: “es un real perfectamente denominable”, y se referirá a la función del ombligo como estigma, cicatriz en un sitio del cuerpo que hace nudo, y respecto a lo que “se encuentra el mismo desplazamiento ligado a la función y al campo de la palabra”. Destacará que lo Unerkannt debe entenderse como “lo imposible de reconocer”, lo que no puede decirse ni escribirse, lo que no cesa de no escribirse, “no hay nada más a extraer de ello”. Se trata de la “esencia del nudo” y es donde la pulsión se opacifica completamente. Asimismo, subrayará que toda la experiencia analítica no hace sino converger en demostrar que lo real se especifica por un imposible.
Luego, afirmará que “la mujer no es universalizable” y que, por lo tanto “no hay sino mujeres”, retomando su aseveración: “para el hombre, una mujer es siempre un síntoma”. Dirá que no cree que el síntoma-hombre tenga en absoluto el mismo lugar para la mujer, y que la relación de una mujer al inconsciente es diferenciable de la que tiene el hombre. Sostendrá que es a partir de que el ser humano está “en un campo ya constituido por los padres y que concierne al lenguaje”, que es preciso ver su relación al inconsciente, y que “no hay razón alguna para no concebirla como lo hace Freud: que hay un ombligo”, un punto de opacidad, que permitiría especificar al ser humano “como la sede de otro especial Unerkennung, es decir, no solamente un no reconocimiento, sino una imposibilidad de conocer lo que atañe al sexo”. Más adelante, adelantará que hay que distinguir al inconsciente como tal de la no relación sexual, y presentará a esta última disociada. Finalmente, anunciará que, si hay algo que Freud vuelve patente, es que el inconsciente resulta del hecho de que “el deseo del hombre es el infierno”.