Esta vez, la exposición presentada durante el evento paralelo de la AMP, en ocasión de su participación en la 59° sesión de la Comisión de la Condición de las Mujeres (CSW) de la ONU-Mujeres. Brousse se propone «transmitir algunas luces que el psicoanálisis puede echar sobre las discriminaciones que sufren las mujeres», a la vez que afirmará que «la contribución del psicoanálisis a la causa de las mujeres consiste en darles la palabra, en escucharlas testimoniar, una por una, en su diversidad, acerca de sus dificultades con lo que piensan que es lo femenino […] para encontrar soluciones susceptibles de satisfacer a los sujetos.» Sostendrá que el psicoanálisis trata la cuestión del género por la vía de las identificaciones, y que las identificaciones sexuales conciernen a dos registros: lo simbólico y lo imaginario.
En cuanto al orden simbólico, «define categorías de discurso que prescriben lugares, roles sociales, así como modos de gozar diferenciados». Dichas categorías estaban hasta hace poco determinadas por la estructura familiar, de acuerdo a la cual las mujeres eran definidas por un cierto número de funciones que se imponían a los sujetos (hija, hermana, esposa, madre), mientras que, desde hace algunas décadas, se presenta una «fragilización de las identificaciones tradicionales», pareciendo posible que «padre no coincida necesariamente con hombre y madre con mujer». Respecto al registro imaginario, se trata de identificaciones a categorías que remiten a la imagen del cuerpo, que en la especie humana son redobladas o corregidas por las marcas sociales. Finalmente, con relación a los avances de la biología, dirá que, a nivel de lo real, «lo masculino y lo femenino se reducen a células y se emancipan de las referencias exclusivas que constituían anteriormente la imagen global del cuerpo y el discurso el amo».
Por último, destacará que estos cambios de paradigma del discurso se acompañan de deseos nuevos y síntomas inéditos, y que es en ese nivel individual en donde interviene el discurso analítico, ofreciendo «un espacio de palabra que puede hacer caer las identificaciones obsoletas ligadas a enunciados y a imperativos congelados», volviendo posible elecciones decididas en función del real al que cada uno se confronta. La experiencia analítica, en lo que concierne al género, está organizada por este principio: «cada uno debe construir su propia definición del género».