Luego avanzará hasta el Seminario 20 para situar la cuestión del goce y dirá: «Allí donde eso habla, eso goza, allí donde eso sueña también, y allí donde eso delira, eso goza tanto más.» Retomará entonces el soñar desde esta nueva perspectiva: «Si soñamos, si hablamos, si producimos síntomas, actos fallidos, la hipótesis de Lacan es que se trata de suplir, por goces desviados, por goces que no hacen falta, al goce que haría falta pero que no hay. […] Es porque pasamos nuestro tiempo soñando para llenar el lugar de la relación sexual que no hay, que nos despertamos para seguir soñando. […] no hay posibilidad alguna para el parlêtre de despertarse porque no podemos salir de los efectos de sentido con los cuales construimos nuestro pequeño mundo. […] el despertar total que consistiría en aprehender el sexo, lo que está excluido, […] puede tomar entre otras formas […] la de la muerte», a la cual Lacan también le dará el estatuto de un sueño: el de alcanzar un saber absoluto, el de la eternización, o bien el de un completo borramiento.
Hablará de la debilidad mental y el delirio generalizado como nombres que da Lacan a este imperio de sentidos sobre nuestros cuerpos y a nuestro modo de embrollarnos allí. El delirio común concierne «a una creencia que participa también del sueño y que consiste en creer en la armonía entre lo universal y lo particular.»
Se detendrá también en la cuestión del goce femenino, señalando que, para la mujer, «su goce que no es todo fálico, se remite más bien al significante de la falta en el Otro, que la vuelve sensible a algo del orden de un apetito de palabra y de texto.» Asimismo, hablará del inconsciente homosexual, que ignora «el principio del no-todo de la feminidad.» Y concluirá destacando que, en tanto procede por la vía del uno por uno, «el psicoanálisis, como la feminidad, atañe al no-todo.»