Se plantea que el fenómeno autista es el que hace la objeción más radical a la suposición de un sujeto del inconsciente y que, a su vez, toca también un hecho de civilización: hoy se presenta en un uso generalizado como una falta de lazo social con el otro, toca al estatuto mismo del sujeto de nuestra época, a quien vemos replegado sobre su goce que calificamos de autista.
Bassols destaca que el sujeto autista es quien no cree en el Otro concebido como un otro sujeto, y es por eso que es el ateo por excelencia, tal vez el único, en un mundo que a pesar de todo intenta hacer existir al Otro. Que el sujeto autista no crea en el Otro lo diferencia del sujeto psicótico, quien no solo cree en sus alucinaciones sino que les cree. El fundamento de la creencia es pues esta posibilidad de atribución de un ser al Otro en la medida en que puede decirnos algo y, por eso, en el caso del sujeto autista, es justamente por no poder creer en él que no puede tampoco poner en duda lo que escucha. En este sentido, es una especie de tortura lo que hacen las técnicas de adiestramiento: obligarlo a creerle al Otro sin creer en él.
Ubica que la cuestión decisiva en el tratamiento del autismo es saber si suponemos o no un sujeto a los fenómenos clínicos recubiertos por este término y qué clase de sujeto podemos suponerle, cuestión tanto política como clínica, frente a la cual no se recurre sino a la creencia. Y a esto también apela la ciencia. Para el psicoanálisis, la cuestión es encontrar con el sujeto un sinthome que pueda funcionar para él como punto de apoyo en su vida, siempre como una suplencia de toda creencia posible.